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rabieta niño

De niños insoportables y madres blandengues

En muchos ámbitos se considera que una “buena educación” incluye no permitir comportamientos desagradables de los niños. Pero ¿sabemos qué precio pagan los pequeños que deben reprimir la expresión de su ira?

Imaginemos un día de fiesta. Puede ser una reunión familiar o un encuentro campestre. Hay gentes grandes y pequeñas, movimiento, entretenimientos varios. Estamos felices, nos alegramos de ver a algunas personas a las que hacía tiempo que no veíamos, nuestro hijo pequeño tiene otros niños con los que jugar y todo apunta a que por fin vamos a poder charlar un rato sin tener que atender los interminables requerimientos de nuestro hijo.

Pero el pequeño tiene otros planes, para variar. No está conforme, reclama nuestros brazos constantemente. Maldita sea. “¿Por qué no juegas con esa niña? Mira, puedes hacer tal cosa”, le decimos. Y nos sumergimos con ansia en el universo adulto durante un minuto. Pero entonces, nuestro hijo vuelve. Está malhumorado, una niña que lo sigue insiste en relacionarse con él, y no se desanima cuando él pretende subirse a nuestros brazos. Intentamos que el pequeño acepte ser cogido de la mano por la niña, sin éxito. Probamos de nuevo a proponerle algo para que se entretenga, y empezamos a sentir cierto resentimiento hacia nuestro hijo: “podías estar jugando, y yo airear un poco, no sé por qué no aprovechas toda la diversión que tienes al alcance ahora mismo, que no me dejas ni respirar”.

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mi hijo me pega

El día en que mi hijo me gritó y me pegó

Una historia de rabia y amor

La primera vez que mi hijo me gritó con ira, me sorprendió. El niño acababa de cumplir tres años. Y cuando justo después y con la misma rabia me pegó, no supe qué demonios hacer con aquello. Lloré apartando la cara, porque aunque en ese momento me sentía víctima, perdida e incapaz para guiarle, un resto de lucidez me hizo ver que lo importante del asunto no debía ser precisamente “mamá es frágil, no sabe qué hacer con esto y se derrumba ante mi enfado”.

El tema no estaba resuelto, y volvió. El niño, rabioso, me gritó y me mordió con fuerza en el brazo. Previamente, harta del tira y afloja cotidiano por dinamizar al niño que muchas veces no quiere salir de casa, con mi frustración por mi propia y tradicional dificultad para entrar en acción y salir al mundo exterior, había tirado del niño sentado en la encimera de la cocina, a donde trepa desde el sofá. Yo sabía que se caería sobre los cojines del sofá y no se iba a hacer daño, pero él vivió aquel forcejeo y la posterior caída al sofá como violencia. Su percepción no era errónea. Yo estaba rabiosa. Y con rabia reaccionó. En ese momento solo supe devolverle más violencia: le grité, le insulté y de mis brazos lo lancé sobre el sofá. Mi propia ira, mi propia violencia me quemaban. Sentía un fuerte impulso de darle un bofetón.

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mi hijo se porta mal

Niño bueno, niño malo

¿Y si permitimos a los pequeños empezar a ser, más allá de las etiquetas?

Solo existen dos tipos de niñas y niños para el discurso oficial: están los retoños de los anuncios y luego están esos pequeños y odiosos tiranos carne de show televisivo o reformatorio. Los primeros, de pelo brillante y sonrisa perfecta, viven en los anuncios de chocolatinas con forma de huevo y merecen todos los cachivaches de plástico que las fábricas asiáticas sean capaces de producir. A los segundos, en cambio, hay que reducirlos a golpe (a veces literal) de castigos y presiones de todo tipo. Y si esto no da resultado, se declara la guerra fría o caliente, dependiendo de lo aceptado en cada hogar.

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Crías humanas listas para competir: La doctrina unánime

Fue mientras pelaba zanahorias para echar a los garbanzos y entretenía la tarea recuperando la pelota de pimpón que cada tanto mi hijo de dos años colaba bajo los muebles de la cocina. Allí, entre los pulgos naranjas, asomó la palabra “bebés” y el destacado de un artículo que me encorvó sobre la encimera: “todo el mundo está de acuerdo en que este tramo escolar debe ser etapa educativa y no asistencial”. Parecía claro, pero a mí no dejaba de inquietarme: ¿Podía ser que esa etapa “educativa” se refiriese a los bebés? ¿Y cómo podía ser que todo el mundo estuviera de acuerdo en esa aberración?

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